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El imperio bizantino

Imperio Bizantino
En la mitad del siglo IV de n.e., inicia la historia del imperio bizantino, bautizado así por ser Bizancio, sede del imperio cristiano, una colonia griega fundada por Byzos, el caudillo dorio, alrededor del 650 a.n.e., pese a los esfuerzos de Constantino por llamarla Constantinopla desde el año 330.

El imperio romano y la nueva fe (cristianismo) demandaban una nueva capital. Bizancio, con una inmejorable situación geográfica, con un puerto excelente en los confines de Tracia y vías accesibles de comunicación convirtiose en candidato excelente para ser electo.

En el tiempo los cambios en el orden político, social, económico e ideológico dan origen a hechos que muestran cómo las influencias del oriente y el cristianismo, junto al orden estatal monárquico imperial, causan una mudanza en la forma de ver el mundo por el artista.

Desde sus inicios este arte revela un sentido solemne, hierático, condicionado por el absolutismo imperial.

En su primera etapa encontramos imágenes en que la concepción formal no se aparta de las formas del último período greco-romano; pero su sentido religioso representa los nuevos intereses espirituales de las ideas cristianas.

Así la imagen (forma), oscurece ante la idea (contenido) que descansa en ella. El empleo de las formas clásicas allana el camino a formas y contenidos del nuevo arte. Luego van desapareciendo los elementos formales clásicos y surgen otras formas que dan sello a la personalidad propia en la nueva modalidad cultural y artística de este arte.

Se dice por historiadores que el arte bizantino logró homogeneidad y coherencia trascendiendo en diversidad de estilos lo cual hizo posible mantener uniformidad durante más de diez siglos, pese a cambios e influencias que sucedieron en centros culturales bajo su dominio.

Ideas del oriente, con las fértiles concepciones de la Roma imperial de antaño, se funden y aparecen formas artísticas exponentes de un arte absolutista e imperial.

Arte de sumas: gusto por la policromía; gusto por la decoración escultórica; toma de elementos estructurales arquitectónicos asimilados y sistematizados en el desarrollo de potencialidades constructivas; influencia de la cultura helénica en las ideas estéticas traducidas en lenguaje comprensivo y armónico.

En el arte bizantino se reconocen diferentes etapas llamadas Edad de Oro. Algunos estudiosos las enmarcan en tres y otros en cuatro. La primera en el siglo IV, la segunda en los siglos del IX al XIII, la tercera durante el siglo XIV y hasta la caída de Constantinopla.

La pintura, como manifestación de este arte, cobra su máxima expresión en los íconos que cumplían funciones litúrgicas al dar cuenta de la relación espiritual entre el orden divino y terrenal seguido de rectas normas tanto teológicas como plásticas. Para los bizantinos el ícono era toda representación de Cristo, la Virgen, los santos o acontecimientos de la Historia Sagrada que los ameritaran.

Es el rostro el centro de atención del ícono. Puede aparecer frontal o de perfil de acuerdo a la santidad por mérito propio que haya alcanzado o no el personaje.

Trazo alargado de la nariz, orejas enseñando solo el lóbulo, frente ancha, cuello hinchado, mirada dirigida al espectador son rasgos que muestran escenarios presenciales de divinidad en las construcciones acompañadas de halos brillantes.

Las técnicas más usadas en los íconos dependen del soporte utilizado que puede ser de madera o murales; en estos últimos la técnica es de mosaico y el fresco.

La antigua iglesia basílica de Santa Sofía situada en el mismo Bósforo de Estambul es una joya de la humanidad; construida entre 532-537 es la mayor pieza arquitectónica en la historia de Bizancio. Su entrada resulta impresionante desde donde se puede notar la majestuosa cúpula y la solidez imponente de las columnas que la sostienen.

El interior en penumbra, preñado de un silencio devoto, invita a visitar la planta superior en busca de los mejores mosaicos bizantinos, que superando el tiempo, o desafiando la fuerza y creencia de los turcos han traspasado los umbrales de la historia.

Mosaico de la Deesis (Suplicio):

 El mejor de los mosaicos se encuentra en las galerías superiores al sur. Entrando a la sala central se observa a Cristo junto a la virgen María y Juan el Bautista implorando a Cristo por la humanidad el día del juicio final. Estos son los únicos personajes reconocidos en el Corán y respetados por los turcos al tomar Constantinopla.

Entre otros mosaicos no menos importantes están:

Pantocrátor del Endonartex
Pantocrátor del Endonartex:

Imagen de Cristo alzando su mano para bendecir a un emperador.

Mosaico del Abside
Mosaico del Abside:

Muestra a la virgen María en un lujoso trono con el niño y sus pies sobre un pedestal con joyas.

Mosaico de Zoé
Mosaico de Zoé, de Comneno, del emperador Alejandro, del Tímpano, Sunu en la puerta de salida.

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